martes, 15 de octubre de 2013

Soy una silla gitana

Soy una silla.

Podría haber sido una mesa, una puerta, una persiana o un tupper, pero no, nací silla. Mi infancia fue muy turbulenta. Crecí en una fábrica calé de Busdongo. Tengo la misma nacionalidad que el dueño y señor de Zara, sí. Y digo nacionalidad, porque soy un poco nacionalista. Creo en un Busdongo libre. Porque Busdongo existe, como Teruel o Soria. O Conejera. Bueno, Conejera no, que no tiene derecho a existir. Soy una silla intolerante, un poco racista y algo xenófoba. Pero no es por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Los causantes de mi despotismo racial son mis padres. Soy una silla gitana. Mi padre, que en paz descanse, era taburete; y mi madre, que aún vive, silla de cocina. Salí merchera. Una silla gitana mestiza. Mi padre falleció el mes pasado en Madrid, en la casa de un tal señor Aznar. El señor bigotudo de la casa acabó con él, después de dos años a su servicio, porque a su mujer se le ocurrió que era más relajante sentarse en la Plaza Mayor para tomar una taza de café con leche, que en su propia cocina. Y así, mi padre quedó 'pa' trapos' que dirían por ahí. Lo echaron al fuego de la chimenea, descuartizándole mientras su cuerpo restrallaba, desesperado, en un intento por zafarse de sus captores. De este modo murió mi papa. Él, que soñaba con ser atropellado por un camión de siete ejes, o con ser incinerado en Muebles Reto. Un final muy triste para un gitano. Morir a manos de un expresidente. 

Mi madre, que es paya, por el contrario, sigue vivita y coleando. Mi mama es lo más grande. Es la silla de la cocina de Falete, y es realmente famosa en Leroy Merlin. Los productores de The Big Bang Theory le hicieron un contrato millonario para que interpretase en la serie a la silla de cocina de la madre de Howard Wollowitz, pero lo rechazó porque no quiso quemar su imagen. Por eso, ni la madre de Howard, ni la silla aparecen nunca en la serie, van parejas. También le ofrecieron participar en Jackass, pero era un viaje sin retorno del que muchos otros no habían vuelto. Por eso, mi madre se quedó con don Rafael, más conocido por su sobrenombre Falete. Lleva tres años viviendo en esa casa y es muy feliz. Con Falete dice sentirse plena, completa, asegura que él es capaz de darle todo el calor que mi padre no podía darle. 

Mis padres se separaron hace cinco años. No se entendían. Él no era capaz de comprender por qué ella se barnizaba tanto para salir de la fábrica, y ella no entendía que él no tuviera respaldo. Está claro que el hierro y el metal no están hechos para ser amantes. Yo crecí con ambos, pero siempre me sentí más apegada a mi padre. Me contaba sus historias de la guerra, y de cómo el nacimiento de Ikea marcó el proceso de transición hacia la paz entre los sofás y las sillas. De este modo, en mi familia, siempre fuimos muy amigos de algunas razas de sofás. En concreto, de los grises y de los blancos, sin bordar, sin ornamentos. Nunca nos llevamos bien con los sofás de terciopelo, los de cuero, o los rojos, no. Participamos activamente en la guerra contra Megasofá, Todotresillo y Mobeltur. Sus jodidos tresillos nos la tienen jugada. Qué asco nos daban a padre y a mí. Sin embargo, nos gustaban los sofás grises y los níveos. De hecho, mi enamorado es un sofá. Y pienso en él a todas horas. Mientras traseros gordos, flacos, negros, blancos, estirados, arrugados, vestidos o desnudos se sientan sobre mí. Mientras me quedo sola en este aula discutiendo con mis colegas sibre quién está más gastada y quién tiene que ir pensando en emigrar al sótano... Vivo a pocos metros de mi sofá gris. Él, en el piso de abajo; yo, en la primera planta. Él, en el chill out; yo, en el aula. La facultad de Comunicación es nuestra esperanza y nuestra quiebra. Nos separa y nos aleja. Nos protege y nos encierra. Tan lejos y a la vez tan cerca...

Acabo de despertarme en clase. Me he perdido la mitad de los apuntes. Observo mi silla y contemplo mis piernas. Ya no sé dónde acaba mi cuerpo y dónde empieza su estructura. He echado raíces en ella. Y me siento total, y absolutamente, como se sentiría una silla gitana. Qué absurdo. Soy una silla. 

Y amo a mi sofá. 



Ana

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