martes, 5 de marzo de 2013

Comienza mi vida conmigo

Esta madrugada me he despertado sobresaltada. 

He regresado al mundo de los no comatosos, abriendo los ojos y comprobando cómo la almohada yacía en el suelo como un adorno dormido, dibujándose entre las formas de su sábana una profunda mueca de rabia por haberla lanzado al vacío... Segundos, minutos, horas antes. Quién sabe. La manta, por el contrario, se encontraba impertérrita, rezagada al otro extremo del piso, como un animal acostumbrado a acudir siempre al mismo lecho bajo los arbustos. Titilaban las luces de la farola más cercana, deslizándose elegantemente a través de las paredes de mi cuarto hasta acabar a los pies de mi cama. Ni un solo ruido en la Avenida. La algarabía quedó rezagada horas atrás. Me levanté, abrí la ventana y contemplé el paisaje.  Y entonces, lo escuché. Escuché el sonido. La melodía de la vida.  Miles y miles de susurros mecidos por el viento del este, por el del oeste, que se enredaban en mi pelo como pigmentos de colores. Y entonces recordé lo que sucedió horas antes. Cerré los ojos y todo resultó ser un efecto bokeh. 

La pasada noche prometí que sería el primer día de mi vida conmigo.
Por llevarle un poco la contraria a Isabel Coixet. 

Cuento con la fortuna de poder compartir mi vida con personas magnánimes. Una de ellas, amiga y escritora, posteaba ayer en su perfil el coraje que le produce la creciente tendencia a la autocompasión. Cómo algunos individuos se quedan relegados a un segundo plano de sí mismos, tomando por bandera la excusa y el falso victimismo. 

Soy una persona extrovertida, pero me temo, que al igual que muchos de los autocompasivos, he crecido en la cultura del fracaso. La cultura de denegar la entrada de la luz en nuestro cuarto, en nuestra vida. La cultura de echar el cierre sobre nuestras aptitudes cuando un día, tan solo uno, la farola se ha fundido. La vida nos da empujones para que echemos a correr en dirección a desconocidos senderos poblados por fascinantes personas. Senderos que pensamos que no existen porque no los hemos visto desde nuestras paredes cerradas. Ya lo dijo Platón. 

Las cavernas solo sirven para resguardarse de los elementos. Y tan solo hace 24 horas que alguien me dijo que más allá de mi jardín con enanitos había algo más verde. Podría ser musgo, o podría ser una plantación de algodón. El riesgo está en lanzarse. Y el trabajo queda reflejado en transformar el campo de moho en campo de trigo. 

Cómo puede ser posible que la vida cambie tanto en 24, 48, 72 horas. Si eso es posible, por qué no vamos a ser capaces de afrontar la vida con entusiasmo. Nos pasamos meses, años, la vida entera, haciendo las cosas mal y llorando porque no nos salen bien. Con esta máscara de victimismo lo único que conseguimos es que los demás no nos vean tal y como somos, que piensen que somos bordes, malas personas o estúpidos, y por ende, muchas veces no logramos mantener unas relaciones personales enriquecedoras. Por miedo a admitir que nos equivocamos, por la cobardía supina y el orgullo inherente, somos idiotas. Resulta irónico que, en muchas ocasiones, nos dediquemos a lanzar dardos contra una sociedad tan heterogénea como personas existen en el mundo, todo porque pretendemos posicionarnos por encima de ella. Pero solamente son autocríticas en las que reside un sentimiento de inferioridad perpetuo por saber que somos nuestros peores enemigos y por saber que no valemos nada, y que si no valgo no es porque sea una ignorante, sino porque no me esfuerzo por dejar de serlo. 

Hoy es el primer día de mi vida conmigo. Hoy he dejado de achacar a las desgracias del pasado a los infortunios del presente porque sé que no estoy haciéndolo bien y sé que soy la única culpable de ello. No consiste en proponerse ser elocuente, guapa, inteligente o simpática. Consiste en ser. Y me siento tremendamente decepcionada conmigo misma, porque eso no era lo que quería ser, y sé que no es lo que realmente soy. 

No pienso permitir que los fracasos me cieguen, que los tropiezos me hundan, que los palos me machaquen. Por primera vez en mis 20 años de vida, me he dado cuenta de mis fallos, pero lo he hecho de verdad. Sin querer ser titánica, reconociéndolos. Haré todo lo que esté en mi mano para merecer la vida, y podré salir a la calle orgullosa, sin tener que escudarme en una máscara agresiva diciendo lo que verdaderamente soy, y como tal, haciendo felices a los demás, y teniendo una vida plena y de paz interior como respuesta. A partir de ahora quiero dejar de pedir perdón por lo que no hice por miedo, dejar de preocuparme por lo que fue y ocuparme de lo que es y lo que será. Sigo teniendo cinco años, sigo queriendo aprender. Sigo queriendo querer.

Esta madrugada me he despertado sobresaltada, pero plena. Y he aprovechado todas y cada una de las estrellas para agradecer lo que tengo, lo que soy, y lo que nos queda por vivir.  Gracias por cambiarme la vida. Solo siento no haber estado a la altura de las circunstancias hasta ahora.




Ana






viernes, 1 de marzo de 2013

Gracias, comunicación


Son las seis de la mañana. Mis pies tiritan, pero no tengo frío. Mi garganta llora. Pero no hay dolor. En mi cerebro reverberan los recuerdos del convulso día que se resiste a ir. Guarda diminutos fotogramas con rostros rebosantes de alegría y juventud. Imágenes conexas e inconexas que a estas horas se entremezclan en mis tejidos estimuladas por el decreciente alcohol en sangre. Recuerdo todo lo vivido, reseteo en un instante. Recuerdo, siempre me ha fascinado la profundidad de ese término. Ya no son palabras, son pozos de vida. 

Cinco, diez minutos. No soy capaz de escribir.

En ocasiones pienso que solo soy capaz de llorar. De felicidad y tristeza. Formas de emoción al fin y al cabo. Si con mis lágrimas fuese capaz de dibujar formas, de pintar bellos cuadros, tal vez sería una pintura marina de Aivazovsky. 

Tengo un nudo ballestrinque en la garganta. Qué útil es tener un cuadro colgado en la habitación con la tipología de enredos vocales que puedo llegar a padecer. No lo veo, pero lo siento, como lo siento todo. Como sentí aquel estallido de fascinación durante la mañana en el auditorio, saboreando el color del buen trabajo. Disfrutando de las risas, respirando con los aplausos, vibrando con las miradas. A esto se ciñe la gasolina de mi esencia. 

Foto vía @fcomsalamanca
Cierro los ojos y retomo la cinta. No miento, hoy ha sido uno de los mejores días de mi vida. Uno de esos momentos en los que todo y nada vale a la vez. Es ya un aforismo, pero en ocasiones no somos conscientes de lo que poseemos. Veo a personas magníficas, por dentro y por fuera, individuos con tremendo potencial que aún no son conscientes de lo que pagarían por ellos. Veo personas que llenan, con las que merece la pena sentarse en un antro un jueves por la noche para divagar sobre cualquier tipo de filosofía. Futuras grandes voces que harán de la radio algo cercano y diferente; originales firmas que harán las delicias de sus lectores en un Nuevo Nuevo Periodismo que retomará el viejo dogma de dar rienda suelta a la creatividad y la imaginación; grandes promesas del mundo de la moda que tímidamente se hacen notar… Directores, productores, guionistas, periodistas, actrices y actores, dobladores… En un horizonte no muy lejano existe futuro, por mucho que los de arriba se empecinen en negarnos el pan. 

Son las siete de la mañana. He llenado la camisa de maquillaje. Me siento en el alféizar de la ventana y compruebo cómo el mundo se pone en marcha de nuevo. No he podido evitar ponerme a llorar, la plañidera de mi vida. En cada una de mis lágrimas se reflejan los rostros de todos aquellos con los que tengo la suerte de compartir mi vida, y con los que no, aunque conozco su nombre completo. Y su historia. Es la magia de las redes sociales 1.0. La magia de vivir. 

Son las nueve de la noche.

Hoy me considero la persona más afortunada del mundo por mandar al carajo los prejuicios. Por guardar en el bolsillo de atrás mis problemas y seguir caminando. Por relacionarme y poder descubrir cómo son las personas más allá de una imagen virtual. Por haber sido capaz de evitar malentendidos y tener el valor de dirigirme a quien parece dañino de frente, quitando la máscara de la apariencia y descubriendo que su rostro es más bonito que las noches lluviosas. No estoy borracha. Estoy loca. Es el día más bonito para vivir. Es la vida más bonita para hacer locuras. Loca, loca y hormonada. Eso soy. El genio Bukowski lo dijo: ‘Alguna gente no enloquece nunca. Qué vida verdaderamente horrible deben tener’.

Estoy orgullosa de mi vida. De comunicar. Y de tener el honor de poder compartir la profesión con quien la comparto. GRACIAS. 




Ana