sábado, 18 de septiembre de 2010

El valor de un corazón.

Una vida humana, ¿cuánto vale? ¿Por cuánto podemos vender nuestra vida o comprar la de los demás? La solución es oscilante. Vivimos en un mundo en el que la información se satura, y se produce el atasco de la verdad. La mayor parte la farándula miente haciendo creer a los compradores que lo que ofrece en el mercado es SU vida, cuando en su lugar es lo que dicho comprador espera recibir.
Esto ocurre asiduamente en nuestras vidas. Las personas ofrecen algo intangible, utópico, a un iluso que espera fervorosamente su paquete. La cuestión es que esto no son compradores, sino meros humanos sin afán de lucro. Un intercambio desinteresado. El problema se da en que, al cabo de un tiempo, una de las dos partes, es engañada. Su paquete es como una muñeca rusa, abres una, otra, otra, otra y otra, cada vez con más ilusión hasta que al final no hay nada. Y la parte engañada termina por desengañarse del engaño del engañador, de la pantomima. Y se desmorona la idílica estructura mental que se había formado de aquella otra parte. Se da cuenta de que ha sido un simple objeto. Y se hunde.
¿Cuánto vale un corazón? ¿Cuánto vale un sentimiento? Mucho. Demasiado. Es caro el precio a pagar. Se define por el hecho, de que el 88% de las personas carecen de ellos, el 7% cree tenerlos, el 3% los ha perdido y el 2% restante lo hará en los próximos 10 minutos. Se pregona una vida que resulta infactible. Suena bien escribir unas líneas sobre el amor, sobre el odio, sobre la emoción… pero… ¿es real? ¿Se puede vivir sintiendo? ¿Pensando que tarde o temprano caerás en un bucle de engaños? ¿Se puede poner un precio al corazón?
Muy pocas personas viven de acuerdo a estos preceptos. La mayor parte de ellas lo pagan con su vida. Una vida plena, pero dura. Una combinación explosiva.
El mundo es para los frívolos que se hacen llamar “racionales”. Para aquellos que se dice que gozan de “inteligencia emocional”, entendiendo por ello que regulan muy bien sus relaciones, se engañan a sí mismos, y engañan a los demás. ¿Conviene, por tanto morir por el corazón o vivir por la frivolidad? Una vida dedicada al cinismo, y a la engañifa de un pobre iluso.
Pues bien, la frivolidad puede haber vencido y asesinado al iluso… Pero el iluso habrá dado su vida por aquello en lo que cree, por aquello a lo que ama, por el amor, la vida por la vida. Porque el corazón es vida, y quien carece de él no vive, deambula. No sueña, farda. No ama, deteriora. No siente, aniquila. Y el iluso aquel muere por su princesa… por su amada… por su ideal… habiendo vivido una vida plena, habiendo conocido la felicidad, ese éxtasis desconocido que la frivolidad cree haber alcanzado. Y que jamás alcanzará. Son las 3.39 de la madrugada… y me declaro ilusa… pero feliz por no caer en la mediocridad racional. Mi corazón muere… tal vez no despierte jamás… y probablemente… mañana despertaré inmersa en la nube racional…
Sacudidas y recelo. Temblores y temor. Excitación y pánico. Remordimientos y horror. La sangre resbalaba entre la piel húmeda por las lágrimas derramadas tiempo atrás. Los ojos perdidos en la inmensidad no buscaban culpable, sabían que ellos mismos poseían toda la carga de aquella situación. Ellos, testigos, responsables. El cerebro se evadía, no quería actuar. ¿Qué había hecho? Lo había matado. La víctima se estremecía de dolor. Lanzaba alaridos sordos difíciles de ser percibidos. Se quejaba, imploraba piedad. Gritaba, inquiría. Pero el cerebro, gélido, se limitaba a hacer su trabajo. Una tarea ardua y dura para la cual se había tenido que emplear laboriosamente. Llevaba meses planeando ese instante. Años, quizá. Pero ahora, no lo disfrutaba. Con los instintos apagados, percibía la escena. Profunda indiferencia embriagaba su esencia. Por fin, había acabado con ello. Con todo aquel sufrimiento que le había arrastrado años de penuria y de abandono. Su dueño jamás le había dado la oportunidad de manifestarse. Siempre había tenido preferencia él, y ahora, estaba allí, tendido en la inmensidad, sin función alguna, dormido durante toda la eternidad. La racionalidad carcajeaba, esta vez había ganado la guerra, a pesar de haber perdido todas las batallas, una y otra vez. En esta ocasión, se alzaba imperante sobre el propio ser, con esa frialdad y sequedad propias. Aquel momento, era digno de mención. Porque por primera vez, el cerebro, lo había logrado. Y esta vez definitivamente. Había matado al corazón. Y ella había muerto consigo.
No quiero mirar atrás pa' escupirle a mi manera a la puta soledad ...

Y en esta ocasión firma...
La Señorita Frivolidad.