Anoche lloré como un bebé. Como
un bebé universal que contiene el llanto de todos los bebés del mundo. Como si
tuviera hambre, sed, ganas de que me cogieran en brazos, de orinar, de mimos,
de que me dejasen en paz.
Lloré sin lágrimas. Lloré de
llanto contenido.
Anoche viví el que sin duda sea
hasta ahora uno de los momentos más importantes de mi vida. Tuve el honor y el
placer de encontrarme con mi referente
periodístico: Gervasio Sánchez. Un hombre que según me vio, se dirigió a mí
como una más, sin importarle mi edad, mis titubeos o mis trémulas palabras al dirigirme
a él con admiración. Gervasio es especial, porque a través de su curtida piel
morena transpira ese halo de humanidad y respeto que la
profesión hace que muchos olviden. Es uno de esos ciudadanos de mundo que de vez en cuando realizan una parada en su nomadismo para mirarte, y contarte la versión más cruda de la realidad, a ti, en concreto. Lo más espectacular es que lo hace sin perder la sonrisa, como si todo lo que en su retina ha quedado fijado a lo largo de los últimos 30 años no le hiciese perder la fe en el ser humano.
profesión hace que muchos olviden. Es uno de esos ciudadanos de mundo que de vez en cuando realizan una parada en su nomadismo para mirarte, y contarte la versión más cruda de la realidad, a ti, en concreto. Lo más espectacular es que lo hace sin perder la sonrisa, como si todo lo que en su retina ha quedado fijado a lo largo de los últimos 30 años no le hiciese perder la fe en el ser humano.
Lo más impactante de una persona como
él, es mirarle a los ojos. Su segundo y su tercer objetivo. Los que le ayudan a
guiar los pasos de su cámara y a retratar la realidad. Lo más impresionante es
sumergirse en sus pupilas y averiguar toda suerte de historias. Historias
de guerra, historias reales que distan
mucho de las películas de Tarantino. Historias con nombres y apellidos. Él sabe
que las historias son mucho más importantes que su propia figura, y por eso las
lleva por delante, como si sus ojos estuviesen matriculados con ellas. Al
mirarle te estremecen los dos millones de refugiados de Sarajevo en la Guerra
de Bosnia. Escuchas el llanto de un bebé con su madre fallecida en la cama
contigua en algún lugar de la antigua Yugoslavia. Asistes a un desfile de familiares
que posan con las fotografías de sus muertos en guerras fratricidas. Viajas por
Sierra Leona en plena guerra civil, desde Moyamba hasta Pujehun y subiendo
luego a Kono. Los desastres de la guerra. Piernas ortopédicas calzando
deportivas de Adidas en Kabul. Mujeres angoleñas desayunando tranquilamente mientras
reposan sentadas sobre piernas que ya no tienen, mutiladas en cuerpo pero
también en alma. Padres llorando sobre cadáveres de sus hijos en Kosovo.
Caravanas interminables de refugiados. Víctimas del cólera en Ruanda cuya media
de edad oscila entre los 5 y los 6 años.
Al adentrarte en los ojos de
Gervasio ves a Jim Foley, a Steven Sotloff, a David Haines, y a un desesperado
Alan Henning. A familiares y amigos de estos implorando respeto y la no
visualización de las imágenes de sus ejecuciones. Y a los miles y miles de
civiles que parejos, son asesinados día tras día.
Tratar con Gervasio te hace
comprender que todo es como lo muestran sus imágenes, que la realidad no está
maquillada por oscuras ficciones, sino por la más cruenta verdad de lo que allí
sucede. Que, como decía en una ocasión, se estremecen las entrañas al entrar en
las casas de aquellas personas y comprobar cómo en sus estantes reposan los viejos
CDs de música que yo también escucho. Sus grupos favoritos eran los míos, y
allí se encuentran, en estantes desgastados y polvorientos sobre los que cae una
lluvia de cascotes. Duermen exhalando su último aliento, como si sus melodías
se hubieran apagado a la par que los corazones de aquellos que las escuchaban.
Se cierran las puertas de aquellos lugares que algún día fueron un hogar y se
apagan las voces, pero no las luces.
Personas como Gervasio consiguen que la luz no se consuma, arrojan
verdad sobre nuestras cabezas, pequeñas píldoras de realismo que nos recuerdan
que nuestra situación no es convencional, que hay gente muriendo ahí fuera. Recuerda
que hay gente muriendo ahí fuera. Pero recuérdalo guardando respeto a las
víctimas, sin caerte de la delgada línea que separa el morbo de la
desesperación.
Personas como Gervasio nos
enseñan cada día a otras personas que viven una realidad desvirtuada, que
conocen las últimas consecuencias del comportamiento humano, que palpitan a la
vez que duermen, con la semilla del miedo plantada en sus almas. Y que no
tienen culpa más allá de nacer donde han nacido.
Por nuestra parte, no tenemos la
culpa de vivir en un sector del planeta que no conoce el lado más terrorífico
de la libertad humana, pero en nuestra mano queda la consciencia, la
reivindicación, el trabajo y la lucha para conseguir que desde una de las
partes más poderosas del mundo podamos cambiar un poquito las cosas. Y esa parte
poderosa se llama humanidad.
Tal vez no podamos hacer nada por
un niño que agoniza en un campo, pero podemos retratar su realidad, concederle
un altavoz que no maquille su existencia. Poner nombres y apellidos a todos y
cada uno de ellos.
Piensa en tu vida. Piensa en lo
importante que eres. Y ahora multiplícate por mil. Tal vez así, llegues a
comprender aunque sea un poquito, el sufrimiento de la humanidad.
Si personas que han sufrido, han
conocido el horror, han experimentado la guerra y se han codeado con la muerte
aún no pierden la sonrisa, aún no pierden la humanidad, no termino por
explicarme cómo nosotros sí lo hacemos, teniendo todo en nuestras manos.
Gracias Gervasio, por haber
acudido a la entrevista con tanta gente. Ahora puedo decir que me he codeado
con las miles y miles de personas que han pasado por el objetivo de tus ojos.
Con miles y miles de héroes silenciosos que me acogojan cada noche cuando
cierro los míos e intento dormir. Sin perder nunca el norte, y recordando que
hay mucha gente, que mientras yo duermo, está muriendo ahí fuera y que necesitan
ser contemplados.
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