Como el dénim recién lavado. Como un papel recién pintado.
Como la sangre recién nacida de un reverberante corazón.
Y qué hago yo aquí, sentada delante de las teclas de un frío
ordenador.
Lo mismo que hace el borracho sin su cuba, lo mismo que una
embarazada desamparada. Igual que un guerrero sin patria, que un espartano sin
lucha.
Soy una luz que no espera, un laberinto de tiniebla, un pintor
que no se esmera, una mano que aún tiembla.
A veces siento que puedo llegar a desteñirme.
Qué cruel es la vida humana. Bajo el yugo de la aparente
libertad subyace el führer de las pasiones, las SS de las emociones y la
judería de nuestra humanidad. Somos piezas programadas en un mismo puzzle, nos
levantamos cada amanecer, producimos, y retornamos a nuestro comatoso
bienestar. Y cuando, de repente, tratamos de romper esa rutina con una pasión
exacerbada, el hálito de ese amor desliza su suave filo a través de nuestro
cuello, preparando su estocada. La sangre fluye como la caída de las hojas en
otoño. Y cuando ya no queda ni una gota, te levantas de nuevo, intentas
derramar el contenido de tu alma pero ya no queda nada.
A veces siento que puedo llegar a desteñirme.
Y de pronto... Deja de llover.
A veces desearía gritar, pegar, SaLtaR, destrozar, enmudecer, enloquecer, retornar a la
probeta, palidecer, volverme en blanco y negro.
Me echo a dormir. Me levanto.
Miro a mi alrededor.
Y es cuando deseo poder llegar a desteñirme.
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