Cierro los ojos. Abro.
Son las nueve y cinco.
Me pongo en marcha. Hace apenas dos minutos abandoné ese lugar,
que a partir de ahora y en los próximos dos meses, se convertirá en mi segundo –o
tal vez- primer hogar. Tan solo llevo escasos siete días en la radio. Y me
resulta tan fascinante que de solo pensar en sus cinco letras, me inspiro lo
suficiente como para caminar por la calle hablándole a una grabadora. Espero no
tropezar.
Hago balance de siete días intensos. El primero, nos recibió
trémulos, impacientes y un tanto inútiles, cosa que se ratificó el día después,
cuando no salió todo como nos hubiera gustado. Sin embargo, las correcciones
resultaron ser mucho mejores que cualquier falacia que elogiara un trabajo mal
hecho. El tercer día resucitó la chispa de volver a intentarlo, y aunque en
esta ocasión los temas eran con diferencia, mucho más sencillos, pusimos todo
nuestro empeño. Dicen por ahí que no se puede empezar la casa por el tejado.
Una vez colocados los primeros andamios, continuamos el resto de días
intentando pensar como periodistas profesionales, recordando lo realizado en
prácticas pasadas e intentando retener nombres, caras, y sobre todo, los
consejos que poco a poco nos ayudaran a discernir mejor sobre las ideas
principales que debemos extraer de las noticias. Mucha gente menosprecia el
trabajo de un periodista, sin saber que este, es al fin y al cabo un artesano de
las palabras, que lima y pule cien mil ideas para intentar ofrecer a su
parroquiano oyente o lector, lo que pueda resultarle más útil de la forma más
clara posible. Sin embargo, el periodista ha de ser aún más intrépido que el
artesano, puesto que su fruto perdura menos que el del segundo.
Siete días pueden parecer muy pocos, pero son más de los que
muchas personas se podrían permitir. Siete días en los que hemos retenido
pequeñas pinceladas que nos ayuden a retocar mejor nuestras pequeñas perlas. Siete
días en los que nos han recibido con los brazos abiertos personas a las que te gustaría dar un abrazo en el
momento más inesperado, o con las que te apetece intercambiar una sonrisa
aunque se eche el agua al cuello y tengas que entrar en medio minuto en el
estudio. Siete días en los que hemos visto humanidad, pasión y esfuerzo. Siete
días en los que nos hemos empapado de ese ambiente, y en los que ir al estudio
ha sido algo más que un trabajo, que una ocupación, ha sido la esencia de
nuestra vida.
El calor es sofocante este martes. Sin embargo, es ese tipo
de calor ‘pegajoso’ que dirían algunos, típico de lugares abiertos al mar. Y al
salir del estudio y respirar profundamente en medio de ese calor no puedo pensar en otra cosa
que en la felicidad que me embriaga. Seguramente queden días malos, días
peores. Pero al fin y al cabo así es una historia de amor, y siento que nuestra
historia de amor con la radio recién empieza. Estas palabras no serán las
últimas que te dedique. Pasarán más de treinta días y volveré a pensar en ti.
Como pienso en ti cada día. Pero ese día volveré a escribirte. Hoy me embriaga la felicidad más profunda, porque aunque nuestras
relaciones personales sean problemáticas, todo se lleva mucho mejor con una
pasión. Y la mía por ti, es incandescente.
Me detengo.
He llegado a mi destino.
Cierro los ojos.
Nos vemos mañana.
Ana
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