Son las tres de la madrugada. No sé muy bien cómo empezar esto. Solo sé que tengo que hacerlo, que ha de ser rápido, y que cualquier melodrama resentirá mi fuerza lograda durante años de entrenamiento moral. Las tres y cinco. La Beretta se desliza entre mis dedos fina, como pudo haberlo hecho la pluma estilográfica de Víctor Hugo o de cualquier otro genio que se encumbra en el excelso paraíso de la grandiosidad. No puedo pensarlo demasiado si pretendo estar a su lado en unas horas. No hay otra forma de cortar de raíz unos perjuicios que vienen atacando al mundo durante años. La vida ya no es la que era. Pero retornaremos a los inicios, tal y como siempre debió ser. Tres y diez de la madrugada. El fluorescente de la sala comienza a parpadear, como si leyese mi pensamiento, desespera junto a mí. Levanto la pistola, aprieto delicadamente el gatillo y le pego un tiro. Se ha apagado para siempre. Deslizo la cabeza entre las baldosas y me agazapo, como un gatito asustado entre dogos. No es un acto de cobardía, es un acto de vanidad. Me inclino ante un Dios mecenas de mis actos. La vida me sonríe. En la tierra y en el cielo. Tres y veinte. Se acerca la hora. Me levanto con dificultad, me tiemblan las canillas como a esos cabronazos del este. El sótano está oscuro. Tropiezo con algo. Le propino un puntapié, pero es más duro de lo que pensaba y termino resentido, encolerizado y con unos nervios irrefrenables in crecendo. Mientras me aproximo a la tarima pienso. El mundo no está hecho para los flojos de mente, y si los demás no se dan cuenta de ello, deberían correr la misma suerte. Al fin y al cabo… ¿Qué son unas toneladas más de carne muerta? Tres y veinticinco. Recojo las llaves del Audi A5 que me espera en la esquina sur del edificio. Aprendí a relativizar mi vida en el momento en el que este mundo comenzó a desmoronarse. Todo es por su culpa. Soy un enviado, un enviado, un enviado. Y las víctimas serán el ribete ceñido que oprima a estos pueblos destartalados, el acicate que despierte a las almas furibundas que vagan marginadas en cualquier rincón despreciable de este mugriento progresismo. Tres y media. Qué fácil ha sido. Qué sencillo resulta cautivar las emociones de cuatro guardias mal parados en un país de felicidad transgénica. Soy un amo del universo. Y muy pronto quedará demostrado. No es factible meterse con quien no tiene nada que perder. Y mucho menos con aquellos que no estamos locos, que permanecemos totalmente cuerdos y a los que no se nos puede achacar delirio mental alguno, porque somos conscientes en todo momento de nuestros actos. El hombre es un lobo para el hombre, y se conoce que ustedes no saben con certeza a qué son capaces de llegar ciertos lobos.
Me llamo Anders Breivik. Tengo 62 años, y hoy por fin, vuelvo a ser libre. Mientras vosotros permanecéis ajenos a lo que sucede a vuestro alrededor, mientras los jóvenes seguís sin saber leer entre líneas, mientras los adultos continuáis dando palos de ciego, y mientras los experimentados seguís sin jubilaros... Yo sigo aquí. Después de treinta años encarcelado como un perro, vuelvo para retomar lo que el mundo parece haber olvidado.
Que no sea necesaria otra masacre para darnos cuenta del mundo en el que vivimos. Que no sea necesario que otro Breivik oculto en cualquier chalet de la costa, en cualquier antro, en cualquier piso convencional, que vuelva a actuar para demostrar lo indemostrable. O lo demostrable. Que es lo deplorable de la raza humana. Nacimos como personas, no como lobos. Seamos la generación de NI-NI's que seamos, demostremos que Hobbes no tenía razón. Que tenemos el valor y la iniciativa para poner un bozal a aquellos que no sean capaces de respetar la primera letra de un derecho, de un valor humano. Yo no quiero seguir viviendo en un mundo lleno de SIDA moral en el que ni siquiera sabemos cómo movernos porque no somos capaces de dominarnos a nosotros mismos. Domina tus ideas, no dejes que te dominen a ti. Porque los que se creen titanes, no aspiran a más que la mediocridad vagabunda a la que desgraciadamente, asistimos todos los días en los medios. Mi mundo no es este. Mi mundo es libre, y mi libertad termina cuando empieza la tuya.
Grande Srta Méndez, algún dia me tendrás que contar tu secreto para estos impresionantes relatos
ResponderEliminarBuena reflexión sobre la destrucción paulatina del ser humano... Yo no sé si Hobbes tenía razón o no, o si el ser humano es un instrumento para hacer el bien, el mal, o simplemente es una casualidad del universo... Lo que si me parece que está claro es que el hombre que puede pensar y piensa, tiene algo que lo identifica sobre los demás.
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