1:17 de la mañana. Dicen que si revelas tus deseos
no se cumplen. Dicen que si no los quemas en la noche de San Juan, tampoco. No
creo en la superstición. Tampoco creo en la suerte. Ni siquiera creo en mí
misma. Por eso, esta noche, he decidido ser cobarde y relegar mi destino en
manos de una suerte que no escucha. Soy atea a la fortuna, pido milagros sin
unir las manos y rezarle al karma.
1:19 de la mañana. Sigo sin creer
en ello.
1:20 Mi habitación está en la
penumbra y a través de la ventana abierta penetran las luces dinámicas de los
coches que transcurren por la Avenida. Cada vez que se agota la voz de la
canción de mi reproductor, escucho el repicar de tacones y zapatos de los
transeúntes que, azarosos, se dirigen hacia el corazón de Salamanca para
oxigenar sus pulmones, beber y olvidar.
1:22 Dejo de teclear. Mis
pulmones naufragan en el contaminado aire del cuarto. Las ventanas abiertas no
son suficientes para mitigar esta inseguridad. Frustración. Impotencia.
Inanición.
1:23 Un suspiro. Dos instantes.
Tres parpadeos. Retomo la tarea y me doy cuenta de que al lado del portátil,
sobre los apuntes, reposa ese post-it limonado sobre el que hace ya un rato
dejé caer mis últimas voluntades.
1:24 La música se apaga. Durante
los cinco segundos entre melodía y melodía, no escucho nada. Se han agotado los
pasos. Se me han agotado los suspiros. Standby.
1:25 De nuevo, vuelvo a mirar el
post-it. En él, escribí un sueño, una ilusión. Una breve locución de un alma
herida, agazapada entre miedos que aún niega a terceras voces. ‘Soy fuerte –piensa-
pero aún no lo sé’.
Es la 1:26 de la madrugada y sigo
sin creer en mí misma ni en las sentencias de mi alma.
1:27 Tras un rato meditándolo,
he decidido que lo haré, lanzaré esa nota inútil por la ventana, para que,
aunque no se solucionen mis entresijos, consiga deshacerme de ellos durante
unos segundos. Un instante, tal vez, de fingida calma.
He doblado el post-it. Hoy no me
sirve la parte adhesiva. No quiero que se adhiera a nada, quiero que vuele, que
vuele y que llegue a donde tenga que llegar. Tal vez alguien un día lo
encuentre y se dé cuenta de que esos trazos también le identifican. He decidido
leerlo en voz alta antes de arrojarlo a la Avenida. Si los dices, no se
cumplen. Si no los dices, tampoco.
1:29 Rompamos las reglas.
‘Mi deseo para San Juan este año
ya no es la felicidad, sino la madurez que me hace falta para ser feliz. Como
nunca se cumple, este año no lo quemo. ¿Eres mi felicidad?’.
Es la 1:30 y ya ha caído, está en
el abismo de la acera.
Quién sabe, tal vez aparezca mi
príncipe azul. Aunque sea un barrendero.
Un papel volador, un deseo no quemado, un príncipe con escoba...Los deseos son fantasías que abarcan demasiado espacio en nuestra CPU.
ResponderEliminarAgradecido por tu lectura, seguiré pasando.
Un saludo.