Querido papito. No recuerdo qué día es hoy. Las cachetadas me han nublado la mente. Apenas puedo abrir los ojos, la luz duele. No consigo descubrir las facciones de su rostro. Todo es muy difuso. Afuera el viento aúlla como si le hubiesen arrebatado lo más preciado de su alma, lanzando alaridos a las nubes oscuras que se carcajean altivas desde su posición. Los árboles se balancean bruscamente, como poseídos por brujería. Me recuerdan a aquellos que vimos en Chiapas el año pasado. Eran tiempos muy lindos, la madre todavía vivía con nosotros, y usted aún no había desaparecido.
Acá dentro hace frío. El Señor no me deja salir a la alberca y no puedo pasear. No hay nada en la recámara. Un par de sillones comidos por las termitas, cortinas raídas y algunos cuadros volteados. Recuerdo que el abuelo sonreía desde uno de ellos. Me gustaba mirarle. El abuelo era bueno. No me cacheteaba. No me gritaba. Me quería. Ahorita ya no está él, ni usted, ni nadie… La señorita Söll se ha ido después de que el Señor le aventara los tenis que recién le había comprado a su chamaquito dos cuadras más abajo. Una mujer intrépida, como siempre quise serlo yo. La odié, papito, la odié por dejarme aquí sola. Pero no hay bronca, porque yo hubiera hecho lo mismo.
Oigo pasos. Él se acerca. Sé que es él por sus fuertes pisadas que me retumban a todas horas en la mente. Tengo miedo. Solo le resta una cosa por hacer conmigo, papito. Lo mismo que le hizo a usted en primavera. No le gusta que le nieguen. Yo lo hice. Se aproxima. Tengo mucho miedo, papito. Sé que usted está conmigo ahorita pero necesito que me apapache fuerte. Un chorro de veces. ¡Papito, papito! Ruéguele a la Virgencita por mi mamá. Será la única que quede acá y es lo peor que le puede suceder. El Señor ha entrado. Se mueve. Suda. Huelo su colonia de los domingos, esa que le dan por condenar a inocentes a torturas. No me ha visto. Creo que se va. ¡Me he salvado, papito, me he salvado! Pero… ¿Qué ocurre? ¡No! Él regresa. Está muy enojado. Ahora resopla como un caballo feroz. Cada vez está más cerca. Ha descubierto mis pies bajo las cortinas. Siempre supe que quemarlas no había sido una buena idea. Ya viene, ya viene. Se detiene, parece que le cuesta respirar. Hace sonidos muy extraños. Está muy enojado conmigo, papito, y no entiendo por qué. Nunca quise hacerle enfadar, siempre hice de volada lo que él me pidió. No sé por qué hace todo esto. Me ha agarrado del pelo y ahora me arrastra por el piso. Las astillas del parqué se me clavan en las llagas de las rodillas. Nunca supe qué hice mal. ¿Fui una mala chava? Estoy achicopalada. No tengo más miedo. Ya no puedo temer más. No quiero seguir acá. No quiero ver más. No quiero ser lo que quiera que sea. No quiero, papito, no quiero. Creo que me está mirando. Le gusta contemplar el pánico de sus víctimas antes de actuar. Ya lo había visto muchas veces, en la antesala verde. Siempre lo hace allá. Ya viene. Ya se acaba. La oscuridad. Lléveme con usted, papito, lléveme...
Eemm sí...me gustaría saber sí tendría la bondad de mantener una relación con este chamaquito weey :)
ResponderEliminarAsombroso!
Ana, enhorabuena por la impresionante fuerza expresiva de tu texto, una cachetada en toda la cara de drama y de sentimiento afilaisímos.
ResponderEliminarSaludos blogueros, chava.
¿Viste mi bufanda fukushima?
Mmm... parece que no soy el único que habla de papás. Reconfortante. ¿Tras ello? La cruda realidad. Lo sé.
ResponderEliminarQue texto tan... profundo? creo que es la mejor palabra que encontré, de verdad me llegó. Suerte, beso!
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