Dama vagabunda. Cuartel rosado. Qué grande el valor cuando no es llamado. La luna llena lanza elogios a un trémulo sol que se estremece con su mirada. No tiembles, gran divinidad, pues eres hercúleo, la razón por la que esta pequeña luna, fútil, vive. Oh, princesa, dama encantada, decidme, ¿por qué reparáis en este caballero que os ofrece nada más su amor?, pues una mirada vuestra basta para que mil cielos calmen sus inquietantes relámpagos y se detengan titanomaquias. ¡Oh, valeroso caballero! ¿No alcanza vuestra alma a comprobar su inmensidad? ¿No alcanzan vuestros ojos a descubrir la grandeza de su corazón? Pues, he aquí la clave, buen señor, yo os lo mostraré, os enseñaré la magnitud de vuestro ser, vuestros más profundos sentidos despertaré, os descubriré la felicidad, que vos habéis logrado establecer en mi humilde existencia. Mi señor, soy una esclava de esta fervorosa pasión, mi razón es inexperta en tal materia como es el amar, jamás mi corazón se ha estremecido de esta manera, y si he de deciros una única verdad, será que os amo, si amar es un estado del alma en el que el corazón palpita con viveza, os amo; si amar es mantener mi mente, mis sentidos y mi corazón alejados de mí y posados sobre el ser amado, os amo; si se trata de anhelar y soñar con el ser amado, os amo; si se trata de vivir en una constante locura e insensatez, os amo; si lo que experimenta esta servil doncella no puede expresarse a través de estas modestas y turbadas palabras, es un gozo superior, trascendental que ensalza mi corazón, que no puede comprender ningún otro ser… si eso es amor… os amo.
Ana Esther
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