martes, 5 de octubre de 2010

Comenzando la universidad...

Bienvenido, tú, que me estudias desde la penumbra. Disfrazado tras esa máscara de as de corazones que gobiernas hasta tal punto, que ya puedes manejarla a tu antojo. Y con ella a los demás. Pero, ¿y a tí mismo?
En este momento y circunstancias, no somos los más indicados para opinar. Nuestras vidas se distorsionan, se trastocan todos y cada uno de los elementos que durante estos años hemos ido recolectando, apilando y clasificando.
Mi nombre no es relevante. El tuyo tampoco. Sé cómo eres. Lo que eres en realidad. Y también sé muy bien lo que aparentas, que dista mucho de tu núcleo tierno, frágil. Y eso, querido amigo, es lo que importa.
Te estoy diciendo a tí, sí, tú, que pasas esporádicamente por esta estación, tú, el que ahora mismo se está planteando si esto va dirigido a él o no... Te permites el lujo de regresar, de poder sentarte en el mismo banco cada vez que te apetece, y de observar el tren pasar una y otra vez en esta extraña estación. Crees que dominas la situación, estás acostumbrado a subyugar todo lo que te impide alcanzar tus deseos. Craso error. Aquí no eres más que un forastero, un extranjero que desconoce los entresijos de un lugar que puede llegar a desaparecer para siempre... Si tú lo dejas.
No confíes en la vista, pues estás cegado. No desprecies el pasaje hacia ese lugar solo porque el tren que se dirige allí está destartalado. Si lo haces, amigo mío, habrás perdido el pasaporte hacia tu libertad. Y eso, es algo que jamás recuperarás. Los trenes no pasan dos veces, y, cuando una oportunidad brillante llama a tu puerta, te abre los brazos y se te entrega, solo has de agarrarla, con todas tus fuerzas. Porque es muy triste dejar pasar una ilusión. Porque los sueños se cumplen. Porque vivimos hechos de sueños. De ilusiones vive el tonto de los cojones. Seré una tonta, pero estoy realizando mi sueño, y jamás desistiré en el intento si puedo dar más y más de mí, de Ana Esther. Y así, quizá, algún día, logremos aportar el granito de arena que le hace falta a este inmenso mundo, para no sentirnos extranjeros de nuestra propia vida.

Ana Esther